jueves, noviembre 22, 2007

Entre la multitud

"ser una figura borrosa entre la multitud descolorida"



Tener, no tener,
suponer,
imaginar todo, todo tenerlo, sonreír,
abrir los ojos y encontrar lo mismo,
el mismo vacío,
la misma pieza repetida.

Acariciar la propia piel –siquiera-,
hacer una invocación para algo,
para un temblor que se lleve este ritmo soso,
para tener al menos drama.

Ver las fotos, los años fijos,
los sueños vivos,
las mil maneras en que se mueren
-o con suerte se convierten en otros-,
las frases cortas que todo lo alteran:

no cambio, no quiero,
te quiero, sí puedo,
no más, otra vez,
para qué, sólo sí,
y si…, no tanto,
¿en verdad?, no esperes,
haz de cuenta, ¿otra vez?
ya me cansé, ¡que bueno!

Salir a caminar, moverse sin querer,
ser una figura borrosa entre la multitud descolorida,
perderse para encontrar algo,
la conmiseración personal, el perdón,
o ¡por dios!,
una verdadera epifanía,
unos ojos tan diferentes como lo más próximo.

Entre tanto,
tener, no tener,
decidir, esconderse y esconder,
abrirme y dejarme caer.

El amor largo quizá vendrá furtivo.

Otra canción animal


Cuando sólo quedan los instintos,
la fragancia salvaje, el tiempo exácto y el hambre;
de poco vale un suspiro o la clemencia.
El amor cuela los sueños, la pasión alos estallidos.
Todo inexplicablemente animal, desangelado;
sólo una satisfacción circunstancial, una tangente con formas definidas,
con sonidos rítmicos y cadencias casi meánicas.
Al final de los instintos sólo quedan las verdades desnudas,
repelernos para seguir con los planes inmaculados y la ropa planchada;
para esperar otra vez la siguiente vez con las ganas prendidas,
con el jadeo dispuesto y los deseos consumidos.
El amor roza las almas, la pasión animal la malicia más dulce.

miércoles, noviembre 21, 2007

pescar

La ropa seca y la cesta al hombro,
las botas aplastando hojas verdes y doradas,
la caña con la línea ansiosa y el anzuelo afilado.

Es apenas el despunte de la mañana y el sol ya asoma,
ya se escucha el arrullo del río abajo en el valle,
bruma flota como un vuelo de tul y huele a hierba,
a tierra impregnada de rocío.

El agua helada vivifica erizando la piel,
tarda varios segundos en acostumbrarse el cuerpo,
las manos en desentumirse y la mente,
la mente en enfocarse en lo que viene.

Como soltando pinceladas la línea viene y va,
apenas encima del agua hasta hundirse lejos,
luego comienza la espera del pescador y la carnada,
y cuando nada pasa hay que empezar de nuevo.

Al paso de los minutos el sol dibuja mil destellos,
cristales nacarados que se mueven en trance;
la línea se recoge y lanza una vez y otra más, y mientras,
la canasta espera al pez.

Un tirón involuntario en el hilo acelera el pulso;
soltar-jalar, soltar-soltar, jalar otra vez,
así hasta que al final está fuera del agua,
rendido y echando en falta el agua, muriendo despacio.

Se toma entre las manos, se mira a detalle la piel destellando;
se decide lo relativo a la vida o muerte:
la vuelta al agua con la herida sangrante o el sacrificio.
Al tiempo todo se agradece.

Así un día como el otro y los que fueron y seguirán,
levantarse al alba y entrar al agua todavía adormilado,
lanzar el sedal y esperar con la esperanza necesaria y nada más,
sentir el frío y las corrientes en el agua, hipnotizarse.

La confianza en el río, en la búsqueda de ese gran pez mítico;
repetir una y otra vez el rito;
salir a enfrentar la posibilidad de volver con las manos vacías,
y la mínima de cargar gustoso el peso del triunfo.

Vengan los destellos, y las madrugadas con el sol en cierne,
venga la esperanza.